Se trata de una figura especial que nos recuerda que la santidad es posible, que es cotidiana, y que la podamos vivir y hacer resplandecer a nuestro alrededor siguiendo los pasos de la fe. No se nace santo, sino que se convierte en la respuesta a la gracia de Dios, escuchando a la gente que Él nos pone al lado y hablando, sobre todo a Dios mediante la oración.
Una mujer de gran fe que fue capaz de reconocer la presencia de Jesús en la Eucaristía y en el rostro de los pobres, de las alumnas, de las hermanas, que nos impulsa a amar a todos, no sólo con palabras, sino con el ejemplo y las obras.
En la comunidad animada por sor María Dominiga el clima de aceptación y sincera humanidad de las relaciones se armonizaba con una fe sencilla y profunda en la presencia de Dios y todo ello daba un tono inconfundible al ambiente. Don Bosco, en una carta suya escrita en Mornese alude con agudeza de expresión a esta atmósfera espiritual: «Aquí se goza de mucha frescura, aunque hay mucho calor de amor de Dios».