En 1875, Don Bosco reunió a su alrededor a un grupo de diez jóvenes que estaban a punto de cruzar el Atlántico, un viaje que para algunos sería sin retorno. Son las cuatro de la tarde, el santuario de María Auxiliadora está lleno de gente y al pie de la imagen de María Auxiliadora Don Bosco saluda con lágrimas a los jóvenes que se van, entrega a cada uno un regalo, un trozo de papel con “veinte recuerdos especiales”, “recuerdos de un padre para un hijo que se va antes del abrazo final”, escribe Don Ceria, símbolo de su profundo afecto.
Diez jóvenes que se van para conquistar el mundo. Este año, la expedición misionaria 150 partió del mismo santuario de María Auxiliadora. En estos años, ante la imagen de María Auxiliadora, más de 9.000 salesianos han seguido el ejemplo de los diez primeros, dando vida a una epopeya misionera que no tiene igual en la historia. Con fe y valentía han recorrido caminos y lugares desconocidos en todos los continentes, han encontrado personas de todas las razas, han dado su vida para llevar el Evangelio a tantos jóvenes con los que Don Bosco solo había soñado. Cuando Don Bosco murió, su sueño continuó con sus manos, sus pies y sus corazones.
Los jóvenes misioneros fundaron ciudades, hospitales, oratorios, exploraron ríos, cavaron pozos, crearon escuelas de todo tipo y dieron nombres a lagos y montañas. Muchos de estos salesianos, nunca regresaron a sus países de origen y se convirtieron en hijos de las tierras que los adoptaron y donde hoy descansan en la paz de los cementerios. Las expediciones han ido movilizando a laicos, miembros de la Familia Salesiana, jóvenes voluntarios que se han unido a este movimiento evangelizador en todos los continentes.
La 150ª Expedición Misionera comienza en un escenario diferente, ya no es una empresa civilizadora ni un gran proyecto de promoción. Los contextos son diferentes, nuestros misioneros llevan el Evangelio a países de cultura cristiana a menudo en decadencia y de gran abundancia económica, pero falta la alegría, el Evangelio, el “por qué” de todo. Van a vivir en situaciones culturales difíciles y también contrarias a todo lo que es cristiano. Algunos, tarde o temprano, tendrán que navegar también por continentes y territorios virtuales con lenguas desconocidas y en constante cambio, ambiguas, con nuevas lógicas y reglas.
Hoy, nuestros misioneros confían solo en la fuerza del testimonio del Evangelio como mensaje que deben llevar a muchos que los esperan; están más allá de Valparaíso y de Beijing (que Don Bosco había visto en su sueño), están en las redes del mundo virtual, navegan en los océanos de la incertidumbre y la soledad, se mueven como tribus de cazadores, explorando, reviviendo y acompañando a los jóvenes en busca de un sentido de la vida.
“Dios ama a los que dan con alegría” (2 Cor 9, 7). Ama a la Iglesia “en la salida”. «Si no está salida no es la Iglesia”. Lo dice el Papa, y esto es verdad para nosotros: una congregación que no lleva en su corazón la impronta misionera, que siempre está dispuesta a ir “donde tanta gente todavía vive sin la alegría del Evangelio2.
El texto que Don Bosco dio a sus primeros misioneros termina de esta manera: “En nuestros trabajos y sufrimientos, no olvidemos que tenemos un gran premio preparado en el cielo”.