“¡Primera santa uruguaya!”. Esta fue una de las exclamaciones más recurrentes en las redes sociales durante el pasado sábado 22 de febrero tras conocer la gran noticia: el Santo Padre Francisco aprobó el decreto de la canonización de la Madre Francisca Rubatto. Esta religiosa, nacida en Italia en 1844, vivió y desarrolló su misión en este país sudamericano, en el que falleció en 1904.
En palabras del Cardenal Daniel Sturla, arzobispo de Montevideo, este acontecimiento es una inmensa alegría para la Iglesia local y recordó la labor de la Madre Rubatto, quien “evangelizó toda la zona oeste de la capital, que trabajó por la dignidad de la mujer, fundando escuelas y talleres para las chicas, sobre todo, las de barrios populares”. El prelado manifestó que espera que este gozo algún día se replique con los otros compatriotas que están camino a los altares, entre ellos, el Venerable Monseñor Jacinto Vera y el Siervo de Dios Padre Cacho. Además, resaltó la importancia de este acontecimiento en el año que Uruguay se apresta a vivir el quinto Congreso Eucarístico Nacional.
El recuerdo de una de sus discípulas
La hermana Nora Azanza es religiosa de la congregación Hermanas Terciarias Capuchinas de Loano fundada por la Madre Rubatto. Por eso conoce bien el espíritu de entrega generosa de la futura santa. “Si una cosa destaca a la Madre Francisca, es haber servido a Dios, haber vivido el Evangelio de una forma sencilla, en lo cotidiano, en el trabajo, en sus deberes diarios”. De hecho, la beata creó la comunidad a los 40 años de edad, y previo a eso tuvo una vida “como una persona laica, trabajadora, donde todas las cosas las hace con el objetivo de servir a los demás”, comenta la hermana Azanza. Según ella, el testimonio de su fundadora fue realmente concreto, palpable y de bajo perfil.
Una misionera en la Amazonia
Cuando la Madre Francisca llegó a Uruguay encontró que “había mucho para construir. No se puso a hacer teorías ni planes estratégicos, se puso a trabajar. Acá se ve en una manera especial, porque ella elige como lugares para su trabajo todo lo que en su momento era un páramo: La Teja, Belvedere, Paso de la Arena, Barra de Santa Lucía”, puntualiza Azanza, detallando que la religiosa se mezclaba con la gente, aún con los trabajadores que iban al matadero los domingos por la mañana, tomándose el tren a las cuatro con ellos. Junto a esto, ella fue capaz de ver las necesidades de ropa, de comida, de enseñar el catecismo y, con una profunda visión, decidió instalar un grupo de sus hermanas en el barrio de Belvedere, donde actualmente se encuentra el santuario en el que descansan sus restos. “Acá hace un trabajo de promoción y evangelización: hace que niñas tuvieran un oficio para ganarse la vida, para que no fueran dependientes de sus hogares. Se les enseñaba costura, a tejer, a bordar, pero, a su vez, recibían una sólida enseñanza religiosa”, cuenta la hermana Azanza. Esos talleres fundados por la Madre Rubatto hoy son grandes instituciones, como el Colegio San José de la Providencia de Montevideo o el Colegio San Francisco de Asís de Rosario y Buenos Aires, en Argentina.
Rubatto viajó incluso a la Amazonia llevando a siete monjas. Allí quedaron y, al año y medio, “sufrieron una masacre a manos de aborígenes del lugar, pero conducidos por otros intereses y, así, tenemos siete hermanas mártires, que dieron su vida por la fe”, relata Nora Azanza. “Es la santa a portada de mano, que todos podemos imitar. Además de que la santidad es un llamado universal, todos podemos ser santos porque se hizo santa así, con el trabajo cotidiano, alimentándose de los sacramentos, de la oración, pero que no hizo cosas extraordinarias”, remarca.
La hermana Azanza propone tres verbos para entender el significativo aporte de la Madre Rubatto: mirar, vivir y transformar. Invita a pensar qué vemos cuando analizamos la realidad, cómo la vivimos y qué podemos hacer para transformarla, desde nuestro lugar.
Fuente: Vatican News