Una de las experiencias más bellas que vivimos como educadores es cuando un joven se nos acerca durante el día y nos pide un minuto porque tiene algo importante que decirnos: «Don, estoy enamorado, soy la persona más feliz del mundo». Realmente quería decírtelo porque eres una persona importante para mí». El rostro presenta un curioso brillo, las palabras se superponen, hay agitación y luego silencio. Están esperando nuestra respuesta. A veces sólo esperan que les digamos que somos felices y que compartimos su alegría, una palabra de aliento. Puedes sentir la magia del momento.
Lo que más necesita un adolescente es ser «escuchado».
En todos los tiempos y con todos los idiomas y con todos los medios la gente continúa a narrar sus historias, son innumerables historias que han escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Nuestra humanidad se ha construido sobre historias que han dado identidad a pueblos y naciones, mitos sobre los que se han construido diferentes valores y formas de vida.
Insertada en estas grandes narraciones en las que se basa nuestra humanidad, esta nuestra pequeña historia personal se suma a muchas otras y contribuye con su originalidad y belleza a esta trama que fluye a través del tiempo. No es indiferente si nos unimos o no a este gran proyecto de vida. Como dice el Papa Francisco, «El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de comida. Ya sea en forma de cuentos de hadas, novelas, películas, canciones, noticias…, las historias influyen en nuestras vidas, aunque no seamos conscientes de ellas.
A menudo decidimos lo que está bien o mal basándonos en los personajes e historias que hemos asimilado. Las historias nos marcan, dan forma a nuestras creencias y nuestro comportamiento, pueden ayudarnos a entender y decir quiénes somos».
«El hombre necesita contarse a sí mismo», continúa el Papa, «para revestirse» de historias para proteger su propia vida. No sólo tejemos ropa, sino también historias: de hecho, la capacidad humana de «tejer» produce tanto telas como textos».
Cuando el Papa usa «tela» como metáfora de nuestra vida, propone una imagen hermosa y compleja, nos invita a imaginar algo similar a una red infinita que se compone a lo largo del tiempo, donde los colores y los tejidos forman miles de combinaciones que se entrelazan y forman un patrón único: nosotros.
El Papa nos invita a leer la historia de nuestra vida «con los ojos del Narrador – el único que tiene el punto de vista final – para acercarnos a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a nuestro lado en la historia de hoy».
Continúa: «Incluso cuando le decimos al mal, podemos aprender a darle espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y darle espacio».
Somos parte de una red infinita, no debemos olvidarlo. Tenemos la posibilidad de hacer infinitos «nudos». A sus potenciales colaboradores, Steve Jobs les preguntaba: «¿Quieren una vida ordinaria o quieren cambiar el mundo?» La respuesta a esta pregunta depende del significado y el grosor del tejido de nuestras vidas.
Don Bosco respondió a esta pregunta en su tiempo. Ciertamente era un niño insignificante a los ojos de sus contemporáneos, su vida estaba condenada al anonimato, sin educación y sin recursos. Sin embargo, él quería cambiar el mundo, quería ser diferente y «intercambiar» sus talentos. Así doblo la mano del destino y sólo por eso estamos aquí. Es el Espíritu de Dios que teje la trama de nuestras vidas con libertad y creatividad, ayudándonos a emerger lo que somos a los ojos de Dios.
Dios es nuestro oyente, a veces nos acercamos a Él, con una voz tímida decimos: «¿Tienes tiempo para mí? Tengo algo importante que decirte y sólo tú puedes entenderme». Es un momento maravilloso.
Fuente: Agenzia Info Salesiana