Saludos cordiales amigos y amigas. Hemos iniciado este año 2021 seguramente con el fuerte deseo de que sea mejor que el precedente; quizá siguen existiendo no pocos miedos, pero quizá sentimos en nuestro interior más profundo que hemos de cultivar la esperanza, porque nos hace bien y nos ayuda a vivir mejor y con más sentido.
En el último domingo del mes precedente, hemos celebrado la fiesta de Don Bosco, también este año celebrada de un modo diferente a años anteriores porque la pandemia no ha desaparecido y ha condicionado tantas cosas. Bueno, incluso en esta situación hemos de saber leer la luz y los brotes de esperanza que se hacen presente.
Y en este contexto, he elegido como reflexión para compartirles hoy, lo que se desprende del título que responde al modo en que en tantos momentos he rezado y sigo rezando a lo largo de estos últimos siete años. Tantas veces, casi todos los días rezo así: “Señor, que no deje de asombrarme; Señor que nunca me acostumbre a algunas cosas”. Y explico seguidamente lo que quiero decir.
En el sexenio pasado, antes de la pandemia, tuve la oportunidad preciosa, y también exigente, como pueden imaginarse, de visitar en seis años 100 naciones del mundo donde hay presencias salesianas, ya sean de los propios sdb y también de la Familia Salesiana en general, en algunas de sus Congregaciones y ramas diversas.
Y he conocido una realidad tan increíble, tan fascinante, tan preciosa, tan dolorosa muchas veces que mi oración de cada día, y mi pensamiento al regresar a Roma llevaba este contenido: “Señor que nunca deje de sorprenderme”.
Que no deje de sorprenderme al ver la dignidad de cientos de mujeres solas con sus hijos (fallecidos o desaparecidos sus esposos), en el campo de refugiados de Juba (Sudán del Sur), que existe en nuestra presencia salesiana y en el terreno de la casa salesiana de Juba. Que no deje de valorar la decisión de acompañar como sdb a todas esas personas que no tienen nada y seguramente a nadie.
Que no deje de sorprenderme ante la alegría que experimenté de conocer en la Ciudad don Bosco de Medellín (Colombia) a los adolescentes (chicos y chicas) que vivían en esa casa salesiana, ahí habían vuelto a conectarse con los estudios y que habían estado meses atrás o un par de años atrás como soldados de la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Aquellos jóvenes ‘rescatados y salvados’ de la guerrilla vivían con sonrisa y con esperanza.
Que no deje de sorprenderme el bien que se hace al vivir una comunidad salesiana en el corazón del campo de refugiados de Kakuma (Norte de Kenia), un campo de refugiados de la ONU que es casi una ciudad, con más de 300.000 personas, y del que formamos ‘extraordinariamente’ parte desde hace muchos años. Y digo formar parte de modo extraordinario porque una normativa de estos campos de refugiados es que en la tarde-noche nadie ajeno al mismo puede permanecer ahí, pero la fascinación de la persona de don Bosco y el estilo educativo de sus hijos e hijas nos ha permitido tener una casa para vivir en medio de estas familias y una escuela donde enseñarles un oficio, y una parroquia que se hace presente en varios lugares de dicho campo.
Que no deje de sorprenderme ante la cercanía que experimenté con la buena gente de las Villas en Argentina, especialmente en el ‘gran Buenos Aires’. Así se conoce el extrarradio de esta gran ciudad, ‘curas villeros’ llaman a varios párrocos diocesanos que estaban muy acompañados por quien hoy es el Papa Francisco, y donde también están nuestros hermanos sdb y hermanas fma.
Que no dejen de sorprenderme los rostros y las sonrisas que encontré en tantos chicos y chicas acogidos en nuestras casas y ‘rescatados de la calle’. Son los chicos de la calle, ya sea en Colombia, o en Sierra Leona o en Angola, o en tantas presencias en la India. Pude ver tantos ‘milagros’ en los que un recorrer en las noches los lugares donde estos chicos y chicas viven (mucho más los varones) y duermen, donde ‘snifan’ productos químicos, pinturas y adhesivos que destruyen sus pulmones, y tomar un primer contacto hasta proponerles ir a la casa salesiana para asearse y comer y quedarse allí si lo desean, ha salvado vidas, tantas vidas.
Rezo con fe pidiendo que no deje de sorprenderme la esperanza y la dignidad que encontré en tantos jóvenes animadores, estudiantes y universitarios en Damasco y en Alepo, que juntos con nuestros hermanos salesianos seguían cada día convocando a cientos de muchachitos para que la guerra en su país no fuese tan terrible. Quizá algo así como lo que se narra en la película la ‘Vida es Bella’, el film del papá con su pequeño hijo en un campo de concentración nazi. Solo que en Alepo y en Damasco la realidad era más cruda, y no era una filmación sino la vida dolorosamente real. No escuché lamentos. Escuché argumentos lúcidos sobre la guerra y los diversos intereses de tantas naciones, pero encontré dignidad y solidaridad, encontré fraternidad y fe. Y le pedía al Señor que no dejara de sorprenderme tanta dignidad en medio del horror de una guerra y una ciudad destruida en su 70%, algo que sólo había visto en la ficción que nos presentan las películas. Estar allí es muy diferente.
Y le pido al Señor que no deje de sorprenderme nunca ante la realidad hermosa de la vida compartida a lo largo de los años con tantos pueblos originarios, ya sea con los Yanomami, con los Xavantes, con los Boi- Bororo del Brasil, o con los Ayoreos y los Guaraníes del Paraguay, o los Shoar o Achuar del Ecuador. Cuando pude conocerlos no dejé de maravillarme de su realidad y la de mis hermanos y hermanas, tantos años compartiendo la vida con ellos.
Y así podría seguir explicitando por qué le pido a Nuestro Señor que me ayude a no dejar de sorprenderme, porque el quedarme contemplando maravillado me hace ser agradecido a Dios, a la vida, y a quienes tanto han hecho en favor de otros, de lo cual, en mis visitas de animación he sido solamente como un testigo, casi como un notario.
Los sueños misioneros de Don Bosco se han desarrollado y han ido mucho más allá, sin duda, de lo que él mismo pudo soñar.
Y al mismo tiempo tengo miedo de acostumbrarme a muchas cosas, tales como el que el número de muertos por covid sea solo una curiosidad de cifras, cuando hay tantas historias de dolor (y muchas veces historias de vidas maravillosas) detrás de esas muertes. No quiero acostumbrarme ante el dolor que producen las migraciones y los muertos en el mediterráneo por querer llegar a europa, o en las fronteras y los ríos de diversas naciones de américa central, en el intento de llegar más al norte.
No quiero que me deje de doler el abuso de las mafias que explotan a las personas, que las engañan con las promesas de una vida mejor y después someten a esas personas, tantas veces mujeres y adolescentes menores de edad a una vida de prostitución y de abuso sin horizonte de liberación.
No quiero acostumbrarme a pensar que en nuestras sociedades nada se puede hacer.
No quiero acostumbrarme a ver filas y filas de personas que esperan un plato de comida en nuestras grandes ciudades de ‘primer mundo’ pero que encierran historias muy dolorosas.
Quiero seguir siendo sensible a esto como sensible es el tacto ante una herida infectada.
Amigos lectores, este es mi sencillo y humilde mensajes a ustedes porque sé que hay mucha conciencia despierta en tantísimas personas, y porque sé que somos muchos los que creemos que es posible, y es real hacer que haya situaciones que puedan cambiar y mejorar.
Al mismo tiempo que les sigo deseando un nuevo año 2021 lleno de esperanza, de auténtica y verdadera esperanza, les invito también a ustedes a soñar, a no renunciar a dejarse sorprender ante lo bello e increíble de la vida, ante tantas historias únicas, y al mismo tiempo a no acostumbrarnos ante lo que no debiera existir.
Gracias por seguir a nuestro lado como amigos creyendo que otro mundo un poco mejor es siempre posible y que no es una lejana e irrealizable utopía.
Fuente: Agenzia Info Salesiana