Dedicados a la salvación de los jóvenes,
luchando contra todas las formas de pobreza.
Congregación Salesiana del Perú

Don Bosco y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús

Redactado por: ANS Roma

Don Bosco tenía una gran devoción por el Sagrado Corazón y la recomendaba también a sus muchachos. Esta devoción se manifestó de muchas formas y en diversas expresiones durante su vida: escritos, oraciones, buenos consejos y recomendaciones, e incluso iglesias. Y su devoción era tan envolvente que se convirtió en parte del carisma salesiano mismo, siendo difundida por sus Sucesores e Hijos espirituales hasta hoy.

Hablando del Sagrado Corazón, una vez Don Bosco dijo: «Aquí se adquiere el verdadero calor, quiero decir el amor de Dios, y no solo para uno mismo, sino para llevarlo a otros lugares y hacer partícipes a las almas». Esta devoción se manifiesta en su insistencia en la Confesión y Comunión frecuentes y en la participación en la Misa diaria, columnas que deben sostener el edificio educativo y animar la práctica del sistema preventivo.

Entre los libritos y folletos que él imprimió, estaban también I nove uffici La guardia d’onore, e instruyó al Padre Bonetti que escribiera Un mese in onore del Sacro Cuore. La observancia del primer viernes del mes en honor del Sagrado Corazón fue prescrita en el «Reglamento del Oratorio»; y la coronilla al Sagrado Corazón de Jesús era otra práctica que él propuso a través del texto de Il Giovane Provveduto.

Este libro fue el mayor éxito editorial de Don Bosco: apareció en 1847 y para el año de su muerte, en 1888, había llegado a la edición número 119. La intención del autor, declarada desde el prefacio, era enseñar «un método de vida cristiana que sea alegre y feliz al mismo tiempo», «breve y fácil, pero suficiente» para que los jóvenes puedan convertirse en «la consolación de sus padres, un honor para su ciudad, buenos ciudadanos en la tierra para luego ser los afortunados habitantes del cielo». En la primera edición de Il Giovane Provveduto encontramos el contenido y el modelo de vida cristiana que él ofrecía a los muchachos, sus inconfundibles «horizontes de espiritualidad juvenil».

En este marco pedagógico, Don Bosco inserta la Coronilla al Sagrado Corazón de Jesús: «Recitad esta corona al Divino Corazón de Jesús para repararlo de los ultrajes que recibe en la SS. Eucaristía de los herejes, infieles y malos cristianos. Dícese, por tanto, solo o con otras personas reunidas, si es posible, delante de la imagen del Divino Corazón o ante el Santísimo Sacramento».

Don Bosco quería así expresar también la parte concreta y efectiva de esta devoción en su trabajo por los jóvenes en riesgo a través de la obra buena de alejarlos del pecado y dirigirlos hacia el bien.

Aún, hacia el final de su vida, aceptó la solicitud del Papa León XIII de completar la Basílica del Sagrado Corazón en Roma. La iglesia, iniciada en 1870 por el Papa Pío IX, fue retomada y completada gracias a la tenacidad de Don Bosco, en pocos años (1880-1887). Una empresa que le costó no pocos sacrificios.

El Primer Sucesor de Don Bosco, el Beato Don Miguel Rúa, consagró la Congregación Salesiana al Sagrado Corazón, el 31 de diciembre de 1899 y, en esa ocasión, hizo llegar a todas las casas una «instrucción» sobre esta devoción. Resaltó su importancia especialmente para las casas de formación, y pidió que los noviciados fueran dedicados a Él. Algunos días antes de morir, el Don Rúa pidió al Don Francisco Cerruti que se compusiera una oración al Sagrado Corazón por las vocaciones. Se le presentó la siguiente oración, que él aprobó, recitó y pidió que se colocara una copia debajo de su almohada: «¡Oh Corazón Sacratísimo de Jesús, para que envíes buenos y dignos obreros a la Pía Sociedad Salesiana y los mantengas fieles en ella, Te rogamos, escúchanos!».

Finalmente, no hay que olvidar lo que recita aún hoy el artículo 11 de las Constituciones Salesianas: «El espíritu salesiano encuentra su modelo y su fuente en el corazón mismo de Cristo, apóstol del Padre. En la lectura del Evangelio somos más sensibles a ciertos rasgos de la figura del Señor: la gratitud al Padre por el don de la vocación divina a todos los hombres; la predilección por los pequeños y los pobres; la solicitud en predicar, sanar, salvar bajo la urgencia del Reino que viene; la actitud del Buen Pastor que conquista con la mansedumbre y el don de sí mismo; el deseo de reunir a los discípulos en la unidad de la comunión fraterna».

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