En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.
Reflexión:
Probablemente todos los que me escuchan y yo también hemos recibido el sacramento del Bautismo, pero sabemos también que el sacramento y la fe que hemos recibido de nuestros padres es sólo el comienzo de la vida cristiana.
No basta que llevemos el cartelito en el pecho de ser católicos o hijos de Dios. Hay acciones concretas que nos identifican como tales y hoy Jesús va a señalar alguna de estas actitudes, las más importantes. Y nos va a decir: “Amarás a tus enemigos, harás el bien a los que te aborrecen, rezarás por los que te persiguen y hablan mal de ti”.
Quizás alguno dirá: “Oye, pero yo no tengo enemigos”. Pero, ¿cómo eres con la persona que no te simpatiza, con el que te cae mal, con el que es a veces medio insoportable, con el que alguna vez tuviste algún roce o discusión?, ¿cómo eres con ellos?
Obviamente no hay que vengarse, ni devolver mal con el mal. Pero Jesús nos va a elevar más la exigencia el día de hoy. También hay que amar a esas personas, hay que rezar por ellas, hay que buscar su bien. Sino, ¿qué nos diferenciaría de los malos o de las personas que no creen en Jesucristo?, ¿no nos portaríamos también como paganos?
Amar al enemigo es buscar también su salvación y eso sólo se logra si podemos amar como Dios nos ama. Por eso Jesús nos dice el día de hoy: “Sean perfectos como el Padre es perfecto”. Ser perfecto no significa no equivocarse, eso sería un imposible. La perfección cristiana se mide por la capacidad de amar. No basta con decir: “yo no tengo enemigos”. Y luego permanecer indiferentes con las personas que Dios pone en nuestro camino.
No basta con no hacerle mal a los otros, hay que hacer mucho bien, incluso al que pareciera que no lo mereciera. Si en algo tenemos que sobresalir los cristianos, debe ser en la caridad con el prójimo. Ése es nuestro verdadero carnet de identidad.
Fuente: Aciprensa