El logo para el año de la vida consagrada –obra de la pintora Carmela Boccasile, que comparte su trabajo artístico con el esposo Lillo Dellino y con el hijo Dario– expresa en símbolos los valores fundamentales de la consagración religiosa. En ella se reconoce la «obra incesante del Espíritu Santo, que a lo largo de los siglos difunde las riquezas de la práctica de los consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y que también por esta vía hace presente de modo perenne en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio, el misterio de Cristo» (Vita consecrata, 5).
En el signo gráfico que delinea la paloma se intuye en árabe «paz»: un llamado a la vocación de la vida consagrada a ser ejemplo de reconciliación universal en Cristo.
Las aguas, formadas por teselas de mosaico, indican la complejidad y la armonía de los elementos humanos y cósmicos que el Espíritu hace «brotar» según los misteriosos designios de Dios (cf. Romanos 8, 26-27) para que converjan en el encuentro acogedor y fecundo que lleva a una nueva creación. La paloma vuela sobre las aguas del diluvio entre las olas de la historia (cf. Génesis 8, 8-14). Los consagrados y consagradas en el signo del Evangelio peregrinos desde siempre viven entre los pueblos su diversidad carismática y diaconal como «buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pedro 4, 10); marcados por la Cruz de Cristo hasta el martirio, viven la historia con la sabiduría del Evangelio, Iglesia que abraza y sana todo lo humano en Cristo.
Fuente: L´osservatore Romano