Durante el Consistorio ordinario público en la Basílica de San Pedro, el Santo Padre recordó a los nuevos miembros del Colegio cardenalacio que la máxima grandeza y ambición a la que pueden aspirar «es servir a Cristo y a su Iglesia».
Servir a Cristo es la mayor condecoración
«La única autoridad creíble es la que nace de ponerse a los pies de los otros para servir a Cristo. Es la que surge de no olvidarse que Jesús, antes de inclinar su cabeza en la cruz, no tuvo miedo ni reparo de inclinarse ante sus discípulos y lavarles los pies. Esa es la mayor condecoración que podemos obtener, la mayor promoción que se nos puede otorgar: servir a Cristo en el pueblo fiel de Dios», dijo Francisco, destacando que ese servicio cobra vida » en el hambriento, en el olvidado, en el encarcelado, en el enfermo, en el tóxico-dependiente, en el abandonado, en personas concretas con sus historias y esperanzas, con sus ilusiones y desilusiones, sus dolores y heridas».
Príncipes de la Iglesia humildes y siervos
Asimismo, el Pontífice reafirmó que sólo actuando de esta manera, «la autoridad del pastor tendrá sabor a Evangelio, y no será como «un metal que resuena o un címbalo que aturde» (1 Co 13,1).Y en alusión a la humildad que debe prevalecer en el corazón de estos «Príncipes de la Iglesia», que en la práctica deben comportarse como «pastores que han sido llamados a servir a la Iglesia» bajo la distinción de cardenal; el Sucesor de Pedro los exhortó a no sentirse superiores a nadie: «Ninguno de nosotros debe mirar a los demás por encima del hombro, desde arriba. Únicamente nos es lícito mirar a una persona desde arriba hacia abajo, cuando la ayudamos a levantarse», dijo.El peligro de la búsqueda del interés propio
En referencia al pasaje del Evangelio de San Marcos (10,32), leído en la ceremonia del consistorio; en el que dos discípulos, Santiago y Juan, piden a Jesús que les conceda puestos privilegiados cuando alcance la gloria eterna, (sin comprender verdaderamente a qué tipo de gloria se refería el Maestro); el Santo Padre puso en guardia sobre las ambiciones y «las encrucijadas de la existencia que nos interpelan» a lo largo de la vida y «logran sacar a la luz búsquedas y deseos no siempre transparentes del corazón humano».Ante este dilema, la respuesta de Jesús es muy clara: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mc 10,43), ya que Él busca recentrar la mirada y el corazón de sus discípulos, «no permitiendo que las discusiones estériles y autorreferenciales ganen espacio en el seno de la comunidad», explicó el Obispo de Roma observando que «en la búsqueda de los propios intereses y seguridades, comienza a crecer el resentimiento, la tristeza y la desazón. Poco a poco queda menos espacio para los demás, para la comunidad eclesial, para los pobres, para escuchar la voz del Señor», y así, «se pierde la alegría, y se termina secando el corazón» (cf. Exhort. Ap. Evangelii Gaudium, 2).La importancia de no olvidarse de la misión
Por otra parte, el Papa resaltó otra de las enseñanzas de Jesús que brota de este Evangelio: «la conversión, la transformación del corazón y la reforma de la Iglesia siempre es y será en clave misionera, pues supone dejar de ver y velar por los propios intereses para mirar y velar por los intereses del Padre».»Estemos bien dispuestos y disponibles, especialmente en los momentos de dificultad, para acompañar y recibir a todos y a cada uno, y no nos vayamos convirtiendo en exquisitos expulsivos, que por cuestiones de estrechez de miradas, se la pasan discutiendo y pensando entre nosotros quién será el más importante», dijo Francisco a los purpurados.Agradecer a Dios por la gracia de la pobreza
Por último, el Santo Padre concluyó recordando una palabras del testamento espiritual de san Juan XXIII, «que adelantándose en el camino» pudo decir:«Nacido pobre, pero de honrada y humilde familia, estoy particularmente contento de morir pobre, habiendo distribuido según las diversas exigencias de mi vida sencilla y modesta, al servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me ha alimentado, cuanto he tenido entre las manos —poca cosa por otra parte— durante los años de mi sacerdocio y de mi episcopado».«Aparentes opulencias ocultaron con frecuencia espinas escondidas de dolorosa pobreza y me impidieron dar siempre con largueza lo que hubiera deseado. Doy gracias a Dios por esta gracia de la pobreza de la que hice voto en mi juventud, como sacerdote del Sagrado Corazón, pobreza de espíritu y pobreza real; que me ayudó a no pedir nunca nada, ni puestos, ni dinero, ni favores, nunca, ni para mí ni para mis parientes o amigos» (29 junio 1954)».