A su regreso del Viaje Apostólico en Iraq, tierra de Abrahán, padre de la fe, de las tres religiones monoteístas, quien escuchó la llamada de Dios hace cuatro mil años y partió de su tierra bajo la promesa de Dios de una descendencia, el Papa Francisco dedicó su catequesis a la histórica peregrinación en esa amada, martirizada y milenaria tierra, que ha vivido años de guerra y terrorismo. Un viaje que, como él mismo dijo en el inicio de su catequesis, fue realizar un proyecto de Juan Pablo II, quien deseaba, recordamos, recorrer el camino de la salvación, para el Jubileo del año 2000. Un proyecto que el santo polaco no pudo cumplir por la situación en Irak, pero que “la providencia” – como dijo Francisco hoy – “quiso que esto sucediera ahora, como signo de esperanza”, durante la pandemia.
Después de esta visita, mi alma está llena de gratitud. Gratitud a Dios y a todos aquellos que la han hecho posible: al presidente de la República y al Gobierno de Irak; a los patriarcas y a los obispos del país, junto a todos los ministros y los fieles de las respectivas Iglesias; a las Autoridades religiosas, empezando por el Gran Ayatolá Al-Sistani, con quien tuve un encuentro inolvidable en su casa en Nayaf.
El sentido penitencial de esta peregrinación
Francisco habló de la “fuerza” del sentido penitencial que sintió de esta peregrinación: “no podía acercarme a ese pueblo atormentado, a esa Iglesia mártir, sin tomar sobre mí, en nombre de la Iglesia católica, la cruz que ellos llevan desde hace años; una cruz grande, como esa colocada en la entrada de Qaraqosh”.
Lo sentí de forma particular viendo las heridas todavía abiertas de las destrucciones, y más todavía encontrando y escuchando a los testigos supervivientes de la violencia, la persecución, el exilio… Y al mismo tiempo vi en torno a mí la alegría de acoger al mensajero de Cristo; vi la esperanza de abrirse a un horizonte de paz y de fraternidad, resumido en las palabras de Jesús que eran el lema de la visita: «Vosotros sois todos hermanos» (Mt 23,8). Encontré esta esperanza en el discurso del presidente de la República, la encontré en muchos saludos y testimonios, en los cantos y en los gestos de la gente. La leí en los rostros luminosos de los jóvenes y en los ojos vivaces de los ancianos. La gente llevaba cinco horas esperando al Papa, de pie, incluso mujeres con niños en brazos: esperaban y en sus ojos había esperanza.
¿Quién vende las armas a los terroristas?
El pueblo iraquí – aseveró el Pontífice – tiene derecho a vivir en paz, tiene derecho a encontrar la dignidad que le pertenece. Y la respuesta a la guerra que destruyó tantos lugares de la Mesopotamia, cuyas «raíces religiosas y culturales son milenarias», “es la fraternidad”. “Pero, – quiere saber el Papa – ¿quién vende las armas a los terroristas?”
Mesopotamia es cuna de civilización; Bagdad ha sido en la historia una ciudad de importancia primordial, que albergó durante siglos la biblioteca más rica del mundo. ¿Y qué la destruyó? La guerra. La guerra siempre es el monstruo que, con el cambio de épocas, se transforma y continúa devorando a la humanidad. Pero la respuesta a la guerra no es otra guerra, la respuesta a las armas no son otras armas. Y me pregunté: ¿quién vendía las armas a los terroristas? ¿Quién vende ahora armas a los terroristas que están llevando a cabo masacres en otros lugares, en África por ejemplo? Esta es una pregunta que me gustaría que alguien respondiera. La respuesta no es la guerra, sino que la respuesta es la fraternidad.
El desafío para el mundo entero es la fraternidad
La fraternidad, sí, de la que tanto nos habla el Papa Francisco, de la que lleva el titulo el Documento firmado en Abu Dabi y de la que nos habla en su carta encíclica Fratelli tutti es el desafío para Iraq, pero también “es el desafío para tantas regiones de conflicto, y, en definitiva, es el desafío para el mundo entero”. ¿Seremos capaces – pregunta Francisco – de hacer que haya fraternidad entre nosotros, de hacer una cultura de hermanos? ¿O seguiremos con la lógica iniciada por Caín, la guerra?
Por esto nos hemos encontrado y hemos rezado, cristianos y musulmanes, con representantes de otras religiones, en Ur, donde Abrahán recibió la llamada de Dios hace unos cuatro mil años. Abrahán es padre en la fe porque escuchó la voz de Dios que le prometía una descendencia, dejó todo y partió. Dios es fiel a sus promesas y todavía hoy guía nuestros pasos de paz, guía los pasos de quien camina en la Tierra con la mirada dirigida al Cielo. Y en Ur, estando juntos bajo ese cielo luminoso, el mismo cielo en el cual nuestro padre Abrahán nos vio a nosotros, su descendencia, nos pareció que resonaba todavía en los corazones esa frase: Vosotros sois todos hermanos.
Los mensajes que partieron hacia el mundo
Y fueron muchos los mensajes de fraternidad que partieron de la cuna de la civilización al mundo entero. El Papa los recorre uno a uno: el encuentro en la catedral siro católica de Bagdad, donde fueron asesinados 48 personas cuya causa de beatificación está en curso, el mensaje lanzado desde Mosul y Qaraqosh, donde la furia del autodenominado Estado Islámico azotó con fuerza la misma identidad de estas ciudades, el mensaje que partió de las celebraciones eucarísticas en rito caldeo en Bagdad y aquella en Erbil, capital de la Región Autónoma del Kurdistán iraquí:
Un mensaje de fraternidad llegó desde el encuentro en la catedral siro-católica de Bagdad, donde en 2010 fueron asesinados cuarenta y ocho personas, entre las cuales dos sacerdotes, durante la celebración de la misa. La Iglesia en Irak es una Iglesia mártir y en ese templo, que lleva inscrito en la piedra el recuerdo de esos mártires, resonó la alegría del encuentro: mi asombro de estar en medio de ellos se fusionaba con su alegría de tener al Papa con ellos.
Lanzamos un mensaje de fraternidad desde Mosul y desde Qaraqosh, sobre el río Tigris, en las ruinas de la antigua Nínive. La ocupación del Isis causó la fuga de miles y miles de habitantes, entre los cuales muchos cristianos de diferentes confesiones y otras minorías perseguidas, especialmente los yazidíes. Se ha arruinado la antigua identidad de estas ciudades. Ahora se está tratando de reconstruir con mucho esfuerzo; los musulmanes invitan a los cristianos a volver, y juntos restauran iglesias y mezquitas: la fraternidad está allí. Y sigamos, por favor, rezando por estos hermanos y hermanas nuestros tan probados, para que tengan fuerza de volver a comenzar. Y pensando en tantos iraquíes emigrados quisiera decirles: habéis dejado todo, como Abrahán: como él, custodiad la fe y la esperanza, y sed creadores de amistad allá donde estéis, y si pueden, regresen.
Un mensaje de fraternidad vino de las dos Celebraciones eucarísticas: la de Bagdad, en rito caldeo, y la de Erbil, ciudad donde fui recibido por el presidente de la región y su primer ministro, por las autoridades, – que agradezco tanto que hayan ido a recibirme – y también fui recibido el pueblo. La esperanza de Abrahán y de su descendencia se ha realizado en el misterio que hemos celebrado, en Jesús, el Hijo que Dios Padre no escatimó, sino que donó para la salvación de todos: Él, con su muerte y resurrección, nos ha abierto el paso a la tierra prometida, a la vida nueva donde las lágrimas son secadas, las heridas sanadas, los hermanos reconciliados.
Dios, que es paz, conceda un futuro de fraternidad
«Alabemos a Dios por esta histórica visita», exhorta el Sumo Pontífice a todos los fieles, que pide seguir rezando por esa tierra y por Oriente Medio, porque “a pesar del fragor de la destrucción y de las armas”, en esa árida tierra, “las palmas, símbolo del país y de su esperanza, han seguido creciendo y dando fruto”:
Así sucede con la fraternidad: como el fruto de las palmas no hace ruido, pero es fructífera y nos hace crecer. ¡Dios, que es paz, conceda un futuro de fraternidad a Irak, a Oriente Medio y al mundo entero!
Fuente: Vatican News