Tenía 94 años, pero no ha sido la edad lo que ha acabado con su vida, sino la pandemia del siglo XXI. Arturo Lona Reyes, el obispo de los pobres, ha fallecido este sábado en Oaxaca, el Estado a cuyas comunidades indígenas dedicó su quehacer incansable. La diócesis de Tehuantepec confirmó el deceso tras complicaciones de salud derivadas de la covid-19. Padecía de diabetes. Dedicó el sacerdocio a la educación y el trabajo digno de aquellos que se rebelaban contra los proyectos que asediaban los poblados humildes, algo común en estos días, la minería, la tala de bosques. Pero su gran logro fue la Universidad Indígena en el istmo mexicano, la zona más estrecha entre dos mares, el Pacífico y el Atlántico, donde habitan los mixes. Fundó también centros de estudios medios y cooperativas donde pudieron comercializar sus productos de forma digna campesinos y artesanos.
Nacido en Aguascalientes, Arturo Lona Reyes, no ahorró en su vida pastoral críticas a la corrupción y el neoliberalismo, las dos bestias negras de Andrés Manuel López Obrador, a quien visitó el año pasado en el Palacio Nacional. El presidente de México, con quien se le ve en alguna foto, ha lamentado el fallecimiento del religioso en un tuit donde alaba su “trabajo ejemplar en favor de los más pobres”. También el gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, ha comentado en las redes sociales el vacío que deja el obispo, a quien llamaba “padrino”.
Vestido con pantalón vaquero y camiseta, siempre con la gran cruz católica colgando sobre su pecho, podía verse al sacerdote que dedicó su vida y sus discursos a la llamada opción preferencial por los pobres, alineada con la Teología de la Liberación, en la que también profesó Óscar Romero, asesinado en El Salvador y en la que han militado numerosas figuras eclesiásticas y culturales en Latinoamérica. Esa misión en las zonas más desfavorecidas, alejada de la pompa y los altares, siempre crítica y molesta con los intereses más oscuros, convirtieron a Lona Reyes en blanco de más de una decena de atentados que no pudieron con él.
El obispo fue hospitalizado el 20 de octubre en la clínica de Lagunas, en Oaxaca, con problemas respiratorios hasta que una prueba confirmó su positivo en covid-19, que le complicó la situación hasta llevarle a la muerte. La diócesis ofrecía cada día un parte médico sobre su salud. Había expresado, según cuenta El Universal, su deseo de ser enterrado en el Ismo, donde reposan los restos de su madre, doña Dolores. “Quiero quedarme al lado de Lolita”. Y así será. También al lado de aquellos a los que defendió desde que fue ordenado sacerdote en 1952. Le esperan homenajes anunciados, siempre y cuando la enfermedad que ha acabado con su vida, lo permita.
Fuente: El País