Para realizar su proyecto apostólico, Don Bosco involucró también a laicos, hombres y mujeres, unidos en una asociación: la «Sociedad o Unión de los Salesianos Cooperadores». En abril de 1876 fue a Roma para pedir a Pío IX favores espirituales para sus Cooperadores, presentándole el proyecto «Salesianos Cooperadores, es decir, un medio práctico para beneficiar las buenas costumbres y la sociedad civil». En mayo de 1876, con la benevolencia del Papa Don Bosco se aprobó la Asociación en su forma jurídica.
El Salesiano Cooperador realiza su apostolado, ante todo, en sus compromisos diarios. Quiere seguir a Jesucristo, Hombre perfecto, enviado por el Padre al mundo. Por eso tiende a realizar, en las condiciones de vida ordinaria, el ideal evangélico del amor a Dios y al prójimo. Lo hace animado por el Espíritu Salesiano y brindando atención privilegiada a los jóvenes necesitados de todo el mundo.
La Asociación tiene una estructura flexible y funcional, basada en tres niveles de gobierno: local, provincial y global. Con esta organización asegura la eficacia de su acción en el territorio y la apertura a la universalidad de la comunión y de la misión.
Desde fines de 1841, en efecto, para su «obra de los oratorios» recurrió a la colaboración de muchas personas. Ampliando su obra, Don Bosco se dio cuenta de la creciente necesidad de Cooperadores, (también de sacerdotes, pero sobre todo de laicos), ligados a la misión salesiana. Pensó entonces en unirlos y asociarlos.
En un primer momento nos concibió como «Salesianos Externos» de la congregación de San Francisco de Sales insertando un capítulo sobre «Los Externos» en las mismas Constituciones Salesianas. Pero el «no» de la Santa Sede lo indujo a fundar una Pía Unión autónoma.