Diez años después de la crisis en la que está sumida la República Árabe, el Cardenal Nuncio Apostólico en Damasco reitera la necesidad de ayuda en un escenario de pobreza, donde faltan escuelas y hospitales, mientras «el suelo es pisoteado y los cielos surcados por las fuerzas armadas de cinco potencias enfrentadas».
A continuación la entrevista:
Eminencia, el Papa ha vuelto a invocar la reconstrucción, la convivencia y la paz para Siria…
Desde el inicio del conflicto, se ha hecho famoso el binomio que se repite a menudo en los llamamientos del Papa Francisco: «Siria amada y atormentada». Es uno de los países más cercanos a su corazón. Recientemente, durante el viaje apostólico a Irak, el Santo Padre mencionó a Siria. Durante el Ángelus de ayer, al hablar del triste aniversario de los diez años de guerra, recordó una vez más el inmenso sufrimiento de la población, e hizo un apremiante llamamiento a la solidaridad internacional para que se silencien las armas y se trabaje por la reconciliación, la reconstrucción y la recuperación económica, reavivando así la esperanza de tantas personas, duramente probadas por la creciente pobreza y la incertidumbre sobre el futuro.
En los últimos años ha habido muchas y variadas iniciativas, primero del Papa Benedicto XVI, y luego del Papa Francisco, para poner fin a la violencia y lanzar el proceso de paz. Ha habido otras tantas iniciativas en materia de ayuda humanitaria. Francisco es famoso por haber convocado una jornada de ayuno y oración por la paz en Siria el 7 de septiembre de 2013, pocos meses después de su elección como Papa. La plaza de San Pedro estaba repleta de fieles, precisamente en un momento dramático, quizá uno de los más cruciales para Siria. Él mismo lo recordó en el avión, hace unos días, durante su viaje de regreso de la visita apostólica a Irak.
¿Cuál es la cara del país que hoy también se enfrenta a la emergencia de COVID-19?
Ya no es la Siria que conocí cuando llegué allí hace doce años como nuncio apostólico. Hoy, al salir a las calles de Damasco, veo largas colas de gente frente a las panaderías, esperando pacientemente su turno para comprar pan a precios subvencionados por el Estado, a menudo el único alimento que pueden permitirse. Escenas nunca antes vistas, ni siquiera durante los años más duros de la guerra. Y pensar que Siria forma parte de la llamada «Media Luna Fértil», la Alta Mesopotamia, con llanuras hasta donde alcanza la vista, que se extienden a lo largo de unos 500 km entre los ríos Éufrates y Tigris: ¡una alfombra de oro durante el mes de mayo, cuando las cosechas son rubias! Se ven, además, largas colas de coches en las gasolineras, y se tiene dificultad para encontrar gasóleo para la calefacción doméstica, aunque en la parte oriental del país, en la frontera con Irak, hay pozos de petróleo que bastarían para un suministro casi completo de combustible para uso doméstico.
¿Cuál es el balance diez años después del estallido del conflicto?
La Siria de hoy tiene el rostro de un país en el que, en comparación con hace diez años, faltan varias categorías de personas: los muertos del conflicto ascienden a cerca de medio millón; 5,5 millones de refugiados sirios están en los países vecinos; otros 6 millones vagan, a veces varias ocasiones, de un pueblo a otro como desplazados internos. También hay cerca de un millón de migrantes. Decenas de miles de personas están desaparecidas. Faltan los jóvenes, el futuro del país. Más de la mitad de los cristianos se han ido. Faltan los padres y a veces incluso las madres de muchos niños. Para muchos de ellos no hay hogar. Además, faltan escuelas, hospitales y personal médico y de enfermería en medio de la emergencia de Covid-19. No hay fábricas ni actividades productivas. Pueblos y barrios enteros han desaparecido, arrasados o están despoblados. El famoso patrimonio arqueológico, que atraía a visitantes de todo el mundo, ha sido dilapidado. El tejido social, el mosaico de convivencia ejemplar entre grupos étnicos y religiosos, se ha visto seriamente dañado. La naturaleza también está sufriendo la contaminación del aire, el agua y el suelo causada por el uso de explosivos y diversos tipos de munición durante diez años. El suelo es pisoteado y los cielos surcados por las fuerzas armadas de cinco potencias enfrentadas entre sí, como nos recuerda a menudo el enviado especial de la ONU para Siria, Geir Pedersen. En definitiva, un panorama realmente desolador.
Tras estos largos años de guerra, la economía está muy dañada, faltan servicios básicos como escuelas y hospitales, la pobreza es otra plaga que aplasta al pueblo. ¿Corre Siria el riesgo de perderse en un escenario de abandono?
Es cierto que, en varias regiones de Siria, desde hace tiempo, no caen bombas, pero sí ha estallado lo que podría llamarse la «bomba» de la pobreza. Según los últimos datos de Naciones Unidas, cerca del 90% de la población siria vive actualmente por debajo del umbral de la pobreza. ¡Es la peor cifra del mundo! La lira siria ha perdido gran parte de su valor y los precios de los bienes de consumo básicos se han disparado. La gente llama a esta fase del conflicto «guerra económica». Además, faltan fábricas, es difícil encontrar trabajo y los salarios son muy bajos, y todavía no hay señales de una recuperación económica sustancial.
Desde hace unos dos años las bombas han cesado en la mayor parte del país, las Naciones Unidas continúan sus esfuerzos para negociar entre las facciones y el gobierno, han iniciado los trabajos para la elaboración de una nueva Constitución, pero esto no parece ser suficiente para recuperar la esperanza y la confianza. ¿Por qué?
Desgraciadamente, uno tiene la impresión de que el proceso de paz, trazado por la hoja de ruta de la Resolución 2254 (2015) del Consejo de Seguridad de la ONU, está estancado. En su exposición ante el mismo Consejo de Seguridad el 9 de febrero, el Enviado Especial de la ONU llamó la atención sobre la necesidad de una «diplomacia internacional constructiva sobre Siria», tanto para la continuación de la reforma constitucional como para el proceso de paz en general. En algunos momentos cruciales, en estos años de guerra, se han producido agrios debates y divisiones en el seno del Consejo de Seguridad, y se ha recurrido al uso del derecho de veto unas quince veces, por parte de algunos miembros permanentes, cuando se trataba de adoptar resoluciones importantes. De esto es fácil concluir que no habrá paz en Siria mientras continúen estas diatribas y divisiones en el seno del máximo organismo encargado de la seguridad y la paz mundial. Sin embargo, más allá de estos momentos decepcionantes e infructuosos, también es necesario recordar el acuerdo unánime de la comunidad internacional en al menos dos ocasiones cruciales: la primera, en septiembre de 2013, cuando, gracias al acuerdo entre los presidentes de la Federación Rusa y de Estados Unidos, Putin y Obama, se resolvió el grave y delicado problema del desmantelamiento del arsenal químico sirio; otra ocasión fue cuando se votó por unanimidad la mencionada Resolución 2254, que, como se ha dicho, establece la hoja de ruta del proceso de paz.
Hay niños que sólo han experimentado la dimensión de la violencia, de la privación. ¿Cómo se curarán estas heridas?
Como todas las guerras, este largo y cruel conflicto ha tenido efectos devastadores, sobre todo en los sectores más débiles de la población, especialmente los niños, las mujeres y los ancianos. Muchos niños han muerto bajo los bombardeos o en el fuego cruzado, otros han sido extraídos heridos y mutilados de debajo de los escombros, algunos han muerto en la travesía marítima, muchos otros han sufrido traumas psicológicos difíciles de curar, muchos se han quedado sin uno o ambos padres. Muchos han muerto de desnutrición, frío, deshidratación, como el medio centenar de bebés que murieron en brazos de sus madres mientras huían de Baghouz en el invierno de hace un par de años. Un cierto número de ellos, junto con sus madres, siguen esperando en diversos campos de refugiados la repatriación a sus países de origen, en condiciones muy precarias, especialmente en el tristemente famoso campo de Al-Hol (Hassaké). Tras la sangrienta batalla de Alepo en 2016, aparecieron varios miles de niños vagando por las calles y las ruinas de la ciudad, sin familia, sin nombre ni apellidos. Gracias a los esfuerzos conjuntos de las autoridades religiosas musulmanas y cristianas de Alepo, se ha conseguido inscribirlos en el registro civil con nombre y apellidos, y encaminarlos hacia la reinserción social. Con una de cada tres escuelas fuera de uso, unos dos millones de niños sirios no van a la escuela. Algunas son víctimas de la explotación sexual y otras son reclutadas. Las niñas, en particular, están expuestas a los matrimonios precoces. La mecha que hizo estallar el conflicto fue encendida inconscientemente por una docena de niños de Daraa, en el sur de Siria, que fueron detenidos y encarcelados durante unos días por haber escrito consignas contra el presidente Assad en el muro de su escuela. Todo esto cayó inexorablemente sobre sus compañeros como un cruel bumerán. Una verdadera masacre de inocentes.
¿Qué papel desempeñan los jóvenes, presentes y futuros, en la reconstrucción del país?
Los jóvenes son los mejores recursos de un país. Son el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Por desgracia, Siria y la Iglesia han perdido gran parte de este incomparable patrimonio. Un gran número de ellos, de hecho, al no ver un futuro seguro, han tomado el camino del exilio. Se podría definir esta incalculable pérdida como otra «bomba» mortal para Siria.
Se calcula que para volver a poner en marcha a Siria se necesitan unos 400.000 millones de dólares. ¿Cree que es necesario un mayor esfuerzo por parte de la comunidad internacional?
Las Naciones Unidas, las distintas ONG que intervienen en el ámbito humanitario y las Iglesias intentan tapar las numerosas urgencias, sobre todo alimentarias y sanitarias. Lamentablemente, la reconstrucción y la puesta en marcha de la economía, para la que se necesitarían varios cientos de miles de millones de dólares, aún no han comenzado. Además del grave fenómeno de la corrupción y otros factores, las sanciones, en particular, tienen un efecto negativo en todo esto. Para esta labor de reconstrucción y recuperación económica es necesaria una intervención potente y urgente de la comunidad internacional. La paz no llegará a Siria sin la reconstrucción y la puesta en marcha de la economía. «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz», escribió el Papa San Pablo VI en la Encíclica «Populorum Progressio» de 1967. Y el Papa Francisco, en su Encíclica «Todos los hermanos», nº 126, citando la «Centesimus annus» de San Juan Pablo II, habla de la necesidad de asegurar el «derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso.» Si se me permite tomar prestado y parafrasear el título de una novela aparecida hace unos años, «La paz como un río», es necesario un «río» de ayuda destinado a la reconstrucción de hospitales, escuelas, fábricas e infraestructuras diversas.
¿Cuál es el papel de la Iglesia en este contexto?
Un enorme reto al que se enfrentan las distintas religiones presentes en Siria, en particular la cristiana y la musulmana, es la reconciliación y la reparación del tejido social, dañado por estos largos años de guerra. Además, la Iglesia actúa sobre el terreno con una amplia red de proyectos humanitarios abiertos a todos, sin diferencias étnico-religiosas, gracias a la ayuda de diversas instituciones caritativas de todo el mundo. Podríamos decir que es la obra del «buen samaritano».
¿Cómo están viviendo este periodo de Cuaresma y con qué horizonte?
Intentamos vivir junto al pueblo esta «Cuaresma» que dura, sin interrupción, desde hace 10 años, esperando poder vislumbrar el final del túnel y un atisbo de recuperación de Siria, una «resurrección» de este país.
¿Cuál es su deseo, su petición para este país?
Un periodista sirio, con el seudónimo de Waad Al-Kateab, escribió en «The New York Times» el 7 de febrero de 2020 un artículo titulado: «Nos han dejado solos ante la muerte». Y el Papa Francisco, el 9 de enero de 2020, con motivo del intercambio de saludos de Año Nuevo con el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, dijo: «Me refiero al manto de silencio que amenaza con cubrir la guerra que ha devastado Siria a lo largo de esta década.» Siria, en estos largos años de guerra, ha perdido la paz, ha perdido gente, ha perdido jóvenes, ha perdido cristianos. Muchas personas han perdido y también están perdiendo la esperanza. Podría compararse con el desafortunado de la parábola del «Buen Samaritano»: atacado por ladrones, robado y dejado medio muerto y humillado a un lado del camino. Espera ser rehabilitado social y económicamente, y que se le reconozca su dignidad. Por ello, un agradecimiento especial a todos los «buenos samaritanos», algunos de los cuales incluso han perdido la vida por mostrarle su generosa solidaridad: son instituciones humanitarias internacionales, organizaciones religiosas, particulares. ¡No dejemos morir la esperanza!
Fuente: Vatican News