Los salesianos llegaron a Perú en 1891, en la Primera expedición salesiana con don Rua como rector mayor. Actualmente las obras salesianas este país son 16, distribuidas en todas las regiones. Hay grandes escuelas, muchas parroquias, capillas misioneras, oratorios, centros juveniles… y tantos proyectos nacidos para los jóvenes más vulnerables.
Una hermosa iniciativa puesta en marcha hace algunos años es la de las «Casa Don Bosco»: actualmente una decena de internados, relacionados con las escuelas o parroquias salesianas, donde las que se recogen a los jóvenes más pobres. Muchas veces son muchachos con problemas familiares, no huérfanos pero de familias numerosas, con los papás enfermos o imposibilitados de trabajar, de madres solteras, o de jóvenes pobres o simples que vienen desde localidades lejanas o aisladas, cuyos padres no podrían pagar un alojamiento para ir a un colegio público.
Normalmente en cada «Casa Don Bosco» viven unos cincuenta jóvenes en un clima familiar.
La última frontera de pobreza que los salesianos de Perú están debiendo gestionar es la de los migrantes venezolanos, que ya suman casi un millón en el país. Y como el Lima había un ala del colegio salesiano inutilizada, la congregación decidió destinarla a un centro de primer alojamiento para jóvenes venezolanos. Actualmente recibe a 52 muchachos de 18 a 25 años.
El alma de este apostolado es don José Valdivia, el tesorero inspectorial de Perú, que después de una jornada pasada entre papeles y formularios, se recarga sirviendo a estos jóvenes. Los encuentra después de cena – porque los muchachos son enseguida encaminados al trabajo y vuelven tarde, después de 10 o 12 horas de fatigas – y se queda con ellos después de la cena, cuando el sistema educativo de Don Bosco encuentra su espacio natural.
Entre una charla y la otra se puede dar un buen consejo, intuir el sufrimiento de quien está en silencio, encontrar el tiempo para escuchar las confidencias personales de quien no tiene más a nadie para desahogarse…
Junto a don José está también don Marino Del Prà, un misionero de 88 años, residente en la casa para ancianos, que después de haber sido enviado una vez para conversar con los jóvenes, no dejó de hacerlo: allí se encuentra con toda la riqueza de su amplia experiencia de sacerdote y de educador, allí consuela, anima y confiesa a quien se lo pide.
Para concluir está también Roxana, la cocinero del centro, una señora de una gran y hermosa sonrisa, que prepara y distribuye la cena a medida que los jóvenes regresan cansados del trabajo. También ella es un punto de referencia indispensable para estos muchachos que se encuentran lejos de sus familia, de su mamá.
Don Valdivia, don Del Prà, la señora Roxana… son así los nuevos don Bosco, don Borel y mamá Margarita, para estos jóvenes venezolanos que llegan a Lima.
Fuente: Agenzia Info Salesiana