Hace unos días divisé un grupo de jóvenes en la plaza San Pedro con una bandera de uno de nuestros colegios salesianos y me impactó la relación de cercanía afectuosa y alegre de los chicos con sus profesores y por otra parte, la frialdad con que trataban al salesiano que estaba con ellos: No le hablaban, no se acercaban a él, el salesiano caminaba solo. Literalmente no existía para ellos, era un fantasma.
Yo me pensaba: que triste figura, la de este sacerdote ignorado por los propios jóvenes a los que se ha consagrado.
El escenario tecnológico y valórico de la generación de “los millennials” es radicalmente diverso al resto de sus predecesores, eso ha afectado profundamente el tipo de relaciones con sus educadores, y como consecuencia nuestra forma de estar entre ellos y sobre todo nuestra significatividad en sus vidas.
Este tipo de situaciones no solo preocupa a los salesianos sino a toda la iglesia. Los jóvenes lamentablemente se alejan de nosotros, ellos señalan que ni siquiera entienden qué decimos cuando proponemos nuestra fe. Pareciera que hay un abismo entre sus intereses y valores y nuestra propuesta de vida.
El Rector Mayor al inicio del Capítulo General 28 nos ha invitado a preguntar directamente a los jóvenes de nuestras obras: Qué piensan de nosotros, de nuestro testimonio y a detallar cómo nos ven hoy. Se les preguntará sobre la figura del salesiano que ellos sueñan, también sobre las carencias en nuestro servicio, qué nos piden ellos para que cumplamos nuestra misión, entre otros aspectos. Los resultados de este sondeo serán de gran ayuda para vislumbrar el punto de vista que tienen de nosotros aquellos a quienes servimos.
Esto no es inédito en nuestra Congregación. Don Bosco mismo estuvo siempre a la escucha a sus jóvenes. Para él, esto era un acto de respeto y de afecto sincero: uno escucha a las personas que ama, uno presta atención especial a las necesidades de aquellos que son importantes para nuestras vidas, y él es uno que ha amado con todas sus fuerzas a los jóvenes. Amar implica sintonizar con el otro para poder comunicar.
Seguramente nos llegó el momento de no hacer tantas actividades de hacer silencio y dejar de creer que sabemos todo lo que ellos precisan. Tal vez nos llegó el tiempo de escuchar y de tratar de comprender lo que nos están pidiendo nuestros jóvenes.
No esperemos solo rosas en las respuestas a nuestras preguntas, también estemos atentos a las espinas, porque si verdaderamente ellos responden con libertad nos dirán cosas que tal vez no nos gustará escuchar y nos causarán dolor. Seguramente para muchos jóvenes de nuestras presencias, ciertamente ya no significamos mucho y nos hemos convertido en seres invisibles en sus vidas, simples administradores de los espacios donde ellos conviven.
En algunos países nuestro oratorios se están cerrando, nuestros patios son territorios que ya no nos pertenecen, disminuye la presencia de los jóvenes a los sacramentos y somos ignorados. En otros lugares, los jóvenes están presentes con los salesianos y la congregación crece, los jóvenes y adultos se comprometen a ayudar en nuestra misión. Estas son realidades diversas. En la primera situación el dialogo servirá para ver las causas de la lejanía de los jóvenes, en la segunda para explorar nuevas formas de apostolado y verificar cómo podemos responder mejor a los nuevos contextos.
Hay una pregunta para los jóvenes que entrevistaremos que es fundamental: ¿Cómo podrías tú ayudarnos en nuestra misión? Es una pregunta clave y hermosa, porque estamos invitando y proponiendo a estos jóvenes a soñar junto con nosotros nuevas formas de llegar a sus coetáneos, a pensar nuevas formas de evangelizar… sobre todo a caminar juntos: salesianos, jóvenes y colaboradores laicos en un mismo movimiento.