En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: “Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno.” Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas”.
Reflexión:
Alguna vez me he topado con la situación que me encuentro con una persona determinada y no sé cómo llamarla. No sé si tratarla de usted o de tú. Incluso conmigo ha sucedido alguna vez lo mismo. Me he ordenado sacerdote hace poco tiempo y alguna vez una persona me ha dicho: “¿Cómo tengo que llamarte, tú, Juan José, o usted, padre?
Creo que en realidad esta interrogante ha sucedido con Dios también en muchas ocasiones. ¿Cómo dirigirnos a Él?, ¿qué tan cercano de Dios?, ¿se le puede tratar como amigo, cercano?, ¿con cuánta confianza me puedo dirigir a él y confiar en Él?
Hoy Jesús nos va a enseñar eso, cómo acercarnos al Padre, cómo rezar. Para los judíos de la época de Jesús, debe haber sido difícil. Para ellos el nombre de Dios era tan sagrado que no podían ni si quiera pronunciarlo. “Santo y terrible es su nombre”, dice uno de los salmos. Impronunciable. Por eso cuando los antiguos judíos leían un pasaje de la Escritura y llegaban a una parte donde estaba escrita la palabra Yahvé, que era el nombre del Señor, no podían pronunciarla y en vez de eso decían “Adonai”, que en hebreo quiere decir “Señor”.
Incluso era un nombre tan sagrado que cuando el escritor transcribía los papiros y llegaba a la palabra del nombre de Dios, tenía que dejar la pluma, lavarse las manos y escribirlo con las manos limpias, sin pronunciarlo porque era un nombre demasiado sagrado.
Pero hoy Jesús debe haber dejado a todos desconcertados. Lo vieron a Jesús rezando. Qué impresionante debe haber sido ver a Jesús en oración, qué intensidad debe haber habido ahí, que le dicen: “Señor, enséñanos a rezar”.
Y cuando Jesús les enseña, lo primero que les dice es: “digan, Padre Nuestro”. ¡Esta es la gran sorpresa! El Dios terrible, de nombre impronunciable ahora es Padre Nuestro. Eso es lo que Jesús nos quiere revelar.
Dios no es un Dios lejano, ni distante. A Dios hay que rezarle con confianza, con cercanía, sin miedo. Hay que ser valientes para rezar y a veces no sabemos cómo rezar. Hoy Jesús nos va a enseñar a hacerlo.
Por eso creo que es importante darnos cuenta qué cosa nos quiere decir el Padre Nuestro, nos quiere enseñar algo muy importante. Dentro de las muchas cosas que podríamos pedirle a Dios, hay que pedirle primero por lo principal.
Vemos que son siete peticiones y las tres primeras están referidas a Dios y las últimas cuatro, a nosotros mismos.
“Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad”, esas son las tres primeras peticiones que nos enseñan que nuestra primera y principal necesidad es Dios. Lo que más necesitamos es estar cerca de Dios, que acreciente nuestra fe, amarlo con todo el corazón, sobre todas la cosas. Que su reino esté presente entre nosotros, que se haga su voluntad.
Así el Padre Nuestro no enseña a poner a Dios por encima de todo y luego ya vienen nuestras otras necesidades. Aprendamos a rezar de Jesús para que así podamos amar a Dios sobre todas las cosas.
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Fuente: Aciprensa