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martes, 07 marzo 2017 / Published in Publicación anterior a 07/2023

El obispo que preparó junto a su carpintero las puertas de su obispado

Corría el año 1921 cuando la indigencia convivía con la opulencia en las calles del Perú. Hasta “Chachapoyas”, ubicada en la selva impenetrable de aquel entonces, había llegado montado en una mula, un obispo con olor a oveja. “Lugar de varones fuertes” así se le conocía a la capital del departamento de Amazonas, ubicada a 2.335 metros sobre el nivel del mar. Un lugar apartado de la entonces “Lima jardín” o “Ciudad de los reyes”, capital del Perú.

Quienes conocieron a Octavio Ortiz Arrieta, hasta hoy llevan consigo la mezcla de serenidad y cariño que arrojaba su mirada.  Y es que su vida habla el lenguaje de la caridad. Monseñor Octavio vivía interesado en solucionar el hambre y la desnudez que veía a su paso.

Nació en Lima en un viernes Santo del 19 de abril de 1878. Había gozado su infancia y adolescencia “bajo el puente” en el Rímac, hoy un populoso distrito de Lima.

Hoy, Francisco, el Papa, reconoce las virtudes heroicas de este peruano. El 27 de febrero fue nombrado mediante un decreto pontificio “Venerable. Siervo de Dios”. La investigación diocesana de monseñor Octavio tuvo lugar en la diócesis de Chachapoyas del 8 de julio de 1922 al 22 de diciembre de 2001. La Congregación para las Causas de los Santos reconoció su validez en octubre de 2003.

Cercano y humilde

Una serie de paquetes y bultos transportaba en cada viaje, de Lima a Chachapoyas, su diócesis desde 1921. A su paso, el sacerdote salesiano era interceptado por los pobladores quienes le pedían entregue tal o cual encargo a sus familiares. Las virtudes de sencillez y humildad vivían en su accionar cotidiano.

Dicen que el obispo Pedro Octavio Vicente buscaba democratizar la Iglesia. Se dejó cautivar a los 15 años por el carisma salesiano. Pasó parte de su adolescencia y juventud como interno en el Oratorio de Don Bosco del Rímac, primera obra salesiana asentada en el Perú. Su espíritu quería servir a los demás al estilo de Don Bosco.

Y así lo hizo. Se convirtió en el primer sacerdote salesiano que profesó en el Perú. Cuando podía y debía hacerlo, aun siendo obispo, sus habilidades aprendidas en los talleres de carpintería, electricidad y zapatería, siempre las ponía en práctica.

Su carpintero de la casa arzobispal Alberto López Torrejón, afirma que monseñor preparó junto a él las puertas del obispado, según se narra en el libro que lleva su nombre, editado en el país.

Los pobres siempre fueron su prioridad

Su alma era la de un apóstol. Y es que convivió con los primeros salesianos que conocieron personalmente a Don Bosco. Sor Patricia Najar Ampuero, superiora de las hermanas de Santa Rosa, se convirtió en la mano oculta de monseñor. Ella era la encargada de repartir la pensión que recibía monseñor Octavio entre los más desposeídos.

Encontrar la santidad en la cotidianidad era lo que este hombre había hecho. Ya siendo obispo dispuso que todos los indigentes que deambulaban por las calles de Chachapoyas encontraran qué comer; para esto instauró un día para repartirles almuerzos. En esas épocas los pobres y los indígenas eran explotados por los gamonales.

El primer obispo salesiano en el Perú “logró unir la dignidad más grande de un obispo con la austeridad de un sencillo religioso”, afirmó Otoniel Alcedo, arzobispo de Ayacucho, por esos años. Monseñor Octavio falleció el 1 de marzo de 1958 a la edad de 79 años, en el pueblo de Chachapoyas, donde entregó su vida al servicio de los demás.

Santidad en camino

De esta forma se evidencia con su vida la práctica de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, en su trato con el prójimo. La prudencia, justicia, templanza y fortaleza fueron algunas de las virtudes cardinales ejercidas en grado heroico por el ahora Siervo de Dios.

El proceso para su canonización continúa ahora con los pasos para su beatificación, en un primer momento se necesita un milagro por su intercesión. Posteriormente para que sea declarado santo es necesario un segundo milagro, posterior a su proclamación como beato.

Octavio Ortiz Arrieta será el tercer sacerdote en el Perú que podría ser canonizado por el Papa, luego de la canonización, en diciembre de 2015, de dos sacerdotes, uno polaco y otro italiano, que se santificaron en el país.

El amor de Dios se manifiesta en lo ordinario y precisamente es esto lo que lo hace extraordinario.

Fuente: Aleteia

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