(RV).- “Hoy entrego esta emblemática figura de mujer y de consagrada a todo el mundo del voluntariado: que ella sea su modelo de santidad”. Palabras elocuentes, las del Sucesor de Pedro, en la homilía de la Santa Misa con el rito de Canonización de la Madre Teresa de Calcuta, en la conclusión del Jubileo del Voluntariado y de los Operarios de Misericordia, llevada a cabo en una plaza de san Pedro repleta de fieles y peregrinos provenientes de cada rincón del mundo.
El Santo Padre desarrolló su homilía reflexionando a partir del interrogante del libro de la Sabiduría «¿Quién comprende lo que Dios quiere?». Un interrogante que presenta nuestra vida como un misterio, cuya clave de interpretación no poseemos, dijo, pero cuya respuesta encontramos en el mismo texto: para reconocer la llamada de Dios, debemos preguntarnos y comprender qué es lo que le gusta. Lo que a su vez se puede sintetizar en la expresión del Evangelio de Mateo: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Mt 9,13).
El pontífice explicó que a Dios le agrada toda obra de misericordia, porque en el hermano que ayudamos reconocemos “el rostro de Dios que nadie puede ver” y es por eso que reiteró que no hay alternativa a la caridad, dado que “quienes se ponen al servicio de los hermanos, aunque no lo sepan, son quienes aman a Dios”.
Aun así, el Papa indicó que la vida cristiana “no es una simple ayuda que se presta en un momento de necesidad”, dado que esto sería un hermoso sentimiento de humana solidaridad que produce un beneficio inmediato, pero que es “estéril porque no tiene raíz”. El compromiso que el Señor pide es, en cambio, aquel de una vocación a la caridad con la que cada discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cada día en el amor, es decir, “un compromiso serio y al mismo tiempo gozoso que requiere radicalidad y esfuerzo para reconocer al divino Maestro en los más pobres y ponerse a su servicio”.
Por eso el Obispo de Roma entregó al mundo del voluntariado a la Santa de Calcuta, incansable dispensadora de la misericordia divina, quien “se ponía a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana”, como modelo de santidad, deseando, en la conclusión de su homilía, que ella ayude a comprender cada vez más que el único criterio de acción de los cristianos es el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo, derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión, porque de este modo “abriremos así horizontes de alegría y esperanza a toda esa humanidad desanimada y necesitada de comprensión y ternura”.