(RV).- En su homilía en la Santa Misa presidida en el Campo grande de Ñu Guazú, enmarcada por el imponente “Altar de maíz”, retablo inspirado en la cultura indígena guaraní, el Santo Padre se refirió al discipulado cristiano.
Partiendo de la comunión entre Dios y su Pueblo, y de la lluvia como signo de su presencia en la tierra trabajada por nuestras manos, el Pontífice comenzó hablando de la confianza que brota de la fe. “Una confianza”, dijo, “que se vuelve testimonio en los rostros de tantos que nos estimulan a seguir a Jesús, a ser discípulos de Aquel que no decepciona jamás”.
En este sentido el Sucesor de Pedro explicó que el Evangelio nos habla del discipulado presentándonos la “cédula de identidad del cristiano”, más precisamente “Jesús llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras y precisas”, dijo: «No lleven para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero… permanezcan en la casa donde les den alojamiento» (cf. Mc 6,8-11).
Entre las palabras de Jesús, el Vicario de Cristo destacó una que es central en la experiencia del discipulado, y es la “hospitalidad”.
El Obispo de Roma indicó la hospitalidad como una de las características fundamentales de la comunidad creyente, porque Jesús, dijo, “no envía a los discípulos como poderosos, dueños, jefes, cargados de leyes, normas”, sino por el contrario, Él “muestra que el camino del cristiano es transformar el corazón”. El Papa explicó que se trata de “pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor”; y de “la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir, cuidar”.
La Iglesia es “la casa de la hospitalidad”; la Iglesia es madre, como María, y en ella, indicó Francisco, “tenemos el modelo”: “alojar como María que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó”.
El Santo Padre expresó también que aunque “no podemos obligar a nadie a recibirnos, a hospedarnos” tampoco nadie puede “obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro Pueblo”, y nadie puede pedirnos “que no recibamos y abracemos la vida de nuestros hermanos, especialmente los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir”.
“Como la tierra que no domina la semilla, sino que la recibe, la nutre y la germina”, concluyó el Papa, y “como María”, que aloja “la vida de Dios en nuestros hermanos”, “así queremos ser los cristianos”, con la certeza que «El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto». (GM – RV)