ANS.- Para Artemide Zatti, hombre sencillo y de origen humilde, el Hospital fue el lugar para ejercitar diariamente su virtud hasta un grado heroico. Corría en bicicleta por toda la ciudad, sin abandonar las periferias; veía a cada uno de sus pacientes como «un pequeño Jesús» del cual hacerse cargo con dedicación y amor. Rezaba mientras pedaleaba y ocupaba con el estudio y la lectura ascética las pocas horas de descanso que le quedaban. Incluso cuando iba a la cama, permanecía en completa disponibilidad a todas las llamadas.
Se ha dicho que su principal medicina fue el mismo: la actitud, las bromas, la alegría, el afecto. No quería solo administrar medicamentos, sino ayudar a los pacientes a ver en su situación un signo de la voluntad de Dios, especialmente cuando la muerte estaba cerca. No era solo un enfermero, sino un educador en la fe de cada persona, en los momentos de prueba y de enfermedad. Un «buen samaritano» al estilo de Don Bosco, “signo y portador del amor de Dios”.
El recuerdo de Artemide Zatti, del cual Papa Francisco es gran devoto, nos invita a promover la vocación del salesiano coadjutor, sin la cual la Congregación Salesiana no sería la pensada y fundada por Don Bosco.