En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.” E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: “Ninguno, Señor.” Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
Reflexión:
El día de hoy hemos escuchado en la primera lectura el testimonio de un juicio injusto. Estos hombres malignos querían condenar a Susana, mujer inocente, por algo que ella no había cometido.
Y hemos escuchado hoy en el Evangelio otro juicio injusto, el de los fariseos contra la mujer pecadora. Sin embargo esta última sí había pecado, la primera no. Pero los dos terminan siendo igual, juicios injusto.
¿Qué cosa es lo que los hace injustos? Que falta el amor, falta la caridad porque lo justo es cada a cada uno lo que le corresponde y el hombre lo que necesita siempre es la misericordia.
Por eso viene Cristo, el justo, como juez y con la pecadora nos muestra cómo es un verdadero juicio justo. Es el que está lleno de amor y de caridad porque juicio es para salvar, no es para condenar y todo juicio que no está hecho a base de amor, hunde y destruye. Solamente el amor edifica.
Y esto nos habla claro y fuerte a cada uno de nosotros. ¿Cómo son nuestros juicios, cómo son los juicios que tú haces, cómo son los que yo hago? Además, de que ni si quiera tenemos la potestad de juzgar porque sólo puede juzgar el que puede condenar y salvar. Por tanto nosotros no podemos, solamente Dios puede.
¿Cómo miramos, entonces, a nuestros hermanos, cómo corregimos, cómo nos aproximamos a sus faltas? ¿Con el amor que edifica o con la condena interior que solamente hunde y apaga la esperanza?
Aprendamos hoy de Jesucristo, Él perdona a la pecadora con misericordia. Papa Francisco nos ha dicho que lo que borra los pecados no es la misericordia porque Dios también nos podría perdonar con dureza. Pero no, su forma de perdonar es con ternura, es con misericordia.
Dios no perdona con un decreto, dice el Papa, sino con una caricia, con la caricia de la misericordia que no nos condena, sino nos alienta a seguir adelante para no pecar más.
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Fuente: Aciprensa