(RV).– Después de la intensa visita al penitenciario “Giuseppe Salvia” el Santo Padre se dirigió a la Catedral de Nápoles en donde tuvo lugar la Veneración de las reliquias de San Jenaro y el encuentro con el Clero, los religiosos y los diáconos permanentes.
El Vicario Episcopal para el Clero y el Vicario Episcopal para la Vida Consagrada presentaron al Santo Padre respectivamente dos preguntas en nombre de los participantes en el encuentro. La primera referida a la belleza del sacerdocio en un lugar de grandes y difíciles desafíos como Nápoles, y la segunda referida a las luces y sombras que encuentran los Consagrados en su experiencia de vida.
El Papa prefirió responder a las preguntas en un diálogo fraternal y entregar su discurso.
En el texto entregado el Pontífice reafirmando la expresión pronunciada en la primera intervención, “ser sacerdotes es bello”, e identificando su ministerio con la vocación sacerdotal, escribe en primer lugar sobre la “sorpresa siempre nueva de ser llamados por el Señor a seguirlo, a estar con Él, a ir hacia la gente llevando su palabra, su perdón”, y describe esta llamada como una gracia que se renueva día a día.
Haciendo referencia a la realidad pastoral de Nápoles, que cuenta con antiguos y nuevos desafíos, en la cual a veces los sacerdotes “se zambullen de cabeza” para ir hacia el encuentro de las necesidades de muchos hermanos y hermanas, el Papa hace presente el riesgo que se corre de ser completamente absorbidos, por ello recuerda que “siempre es necesario encontrar tiempo para estar ante el Tabernáculo, deteniéndose en silencio, para sentir la mirada de Jesús”, una mirada que “renueva y reanima”.
“Es algo propio de la oración el mostrar si se camina por la vía de la vida o sobre aquella de la mentira – continúa el texto – “si trabajamos como buenos obreros o si nos hemos convertido en empleados, si somos canales abiertos a través de los cuales fluye la gracia del Señor, o si en cambio ponemos en el centro a nosotros mismos, terminando por convertirnos en ‘pantallas’ que no ayudan al encuentro con el Señor”.
Sucesivamente el Sucesor de Pedro se refiere a la belleza de la fraternidad, reiterando que consiste en el seguir al Señor no individualmente sino ‘juntos’, en la gran variedad de dones y de personalidades, viviendo en la comunión y en la fraternidad. Y en este punto hace una observación: “esto no es fácil porque también los sacerdotes viven en la cultura subjetivista de hoy que exalta el yo hasta idolatrarlo”. El Pastor de la Iglesia Universal pone entonces en guardia sobre un “cierto individualismo pastoral que comporta la tentación de ir hacia adelante solos, o con el pequeño grupo de aquellos que ‘la piensan como yo’”.
“Se pueden y se deben buscar siempre formas concretas adecuadas a los tiempos y a las realidades del territorio” señala el Pontífice, “pero esta búsqueda pastoral y misionera debe ser realizada con humildad y fraternidad”.
Por último pide a los sacerdotes que no se olviden de la belleza de caminar con el pueblo. Al corriente de la realidad de la diócesis de Nápoles que desde hace algunos años ha emprendido un recorrido de redescubrimiento de la fe, el Papa los alienta a salir para ir al encuentro del otro, a abrir las puertas y llegar a las familias, a los enfermos, a los jóvenes, a los ancianos, en el lugar donde ellos viven, buscándolos, acercándose a ellos y sosteniéndolos, para celebrar junto a ellos la “liturgia de la vida”. En modo particular resalta la belleza de acompañar a las familias en el desafío de generar y educar a los hijos “signo diagnóstico de la salud de la sociedad”.
En el texto entregado responde luego a los Consagrados partiendo de la mención de las “luces y sombras” realizada en la segunda intervención. Francisco advierte sobre la tentación de subrayar más las sombras que las luces: una tentación que lleva a “replegarse sobre sí mismos”, dice, “a recriminar y a acusar siempre a los demás”. En lugar de ello el Papa, indicando un camino, insta a “dejar emerger en nosotros y en nuestras comunidades” la belleza de la vocación, para que sea verdad que «donde hay religiosos hay alegría».
De ahí parte una llamada a la reflexión que realiza a través de estas preguntas: “¿Cómo es el clima en sus comunidades? ¿Está esa gratitud, la alegría de Dios que colma nuestro corazón?”. “Si esto está – escribe – se realiza mi deseo de que no haya entre nosotros rostros tristes, personas descontentas o insatisfechas, porque una secuela triste es una triste secuela”.
Finalmente deseándoles que testimonien con “humildad y simplicidad” que la vida consagrada es un don precioso para el mundo y para la Iglesia, el Obispo de Roma auspicia que, ya sea en la vida contemplativa como en aquella apostólica, puedan siempre sentir amor por la Iglesia y contribuir mediante su específico carisma, en la misión de proclamar el Evangelio y edificar el pueblo de Dios en la unidad, en la santidad y el amor.
El Obispo de Roma anima a todos a ir hacia adelante animados por el amor común por el Señor y por la Santa Madre Iglesia y impartiéndoles su bendición, y pidiéndoles no olvidarse de rezar por él.