(ANS – Roma) – El misterio de la Pascua nos recuerda que el amor verdadero no es sólo un sentimiento, sino que madura como consecuencia del sacrificio, de la prueba de la pasión. La elección de Dios vivida por Don Bosco en el servicio a los jóvenes, está marcada por el misterio de la cruz. Don Pierluigi Cameroni, Postulador General de la Familia, presenta una breve reflexión sobre cómo Don Bosco vivió su éxodo hacia la libertad y hacia la tierra prometida, a través del desierto.
También él vive con sus muchachos el éxodo pascual. El camino hacia un lugar permanente para el oratorio es un camino marcado por el rechazo, la lejanía, la incomprensión. En la capilla Pinardi en Turín-Valdocco, la pintura de fondo representa la Resurrección.
El misterio pascual marca la existencia de Don Bosco y lo conduce al corazón del advenimiento cristiano: recibe la primera comunión el día de Pascua de 1826; inicia el oratorio con sede estable en Valdocco en la Pascua de 1846; fue canonizado por el Papa Pío XI el 1 de abril de 1934, año santo de la redención.
La amarga experiencia del abandono, de la soledad, de la noche oscura, de la ausencia de una salida de seguridad lo hace partícipe de la hora de Jesús en el huerto de Gestmani y sobre el Calvario. Don Bosco se sumerge en el misterio de la redención como pastor de los jóvenes. Vive en su carne y en su cuerpo el estado de abandono de muchos jóvenes, su ser dispersos, la oposición de quienes se oponen a la obra salvífica y educativa. Más radicalmente, se asume en el abandono de Jesús sobre la cruz: es el pastor que es golpeado, que es quitado del medio; es el rebaño que es disperso y dejado como presa a los lobos rapaces.
De este abandono nace el grito angustioso de la fe, el grito de «Don Bosco que llora». Lágrimas que caen fecundando el césped de Valdocco, donde surgirá la gran basílica de María Auxiliadora, terreno donde se habían derramado la sangre los mártires Solutore, Avventore y Ottavio. Son lágrimas de dolor y de amor que caen al suelo de un rostro que mira hacia el cielo y al cual el cielo responde. Don Bosco hace Pascua con sus hijos. Del abandono a la comunión, de la dispersión a la unidad, de las lágrimas a la alegría. Es aquí donde Don Bosco, unido a la Pascua de Cristo, se convierte en el verdadero padre de los jóvenes; es aquí donde los lleva a la gracia de la redención; aquí el oratorio se convierte en el criterio permanente de acción pastoral y educativa: casa, escuela, parroquia, y patio para todos los chicos.
La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y la del sufrimiento. Las pruebas de la vida, mientras permiten entender el misterio de la Cruz y de participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1:24), son un preludio de la alegría y la esperanza a la que la fe conduce: «cuando soy débil, entonces soy fuerte «(2 Cor 12:10). Hagamos nuestra la advertencia y la llamada del Papa Francisco: «Cuando caminamos sin la cruz, cuando construimos sin la cruz y cuando confesamos a Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no los discípulos del Señor. Me gustaría que todos, después de estos días de gracia, tengamos la valentía, el coraje para caminar en la presencia del Señor, con la Cruz del Señor; para edificar la Iglesia con la Sangre del Señor, que es derramada en la Cruz; y confesar la única gloria: Cristo Crucificado. Y así, la Iglesia irá adelante».