Hace un año se sabía muy poco del ébola. La batalla se estaba perdiendo. Los muertos se contaban por decenas a diario, nadie sabía cómo actuar y el miedo al contagio se extendía por todo al mundo al haber evacuado a sus países de origen a algunos misioneros y sanitarios infectados. Los Salesianos se preparaban para acoger, a petición del Gobierno de Sierra Leona, a algunos menores que habían superado la enfermedad, pero que también habían perdido a sus padres. Hoy, 12 meses después, esos niños y niñas vuelven a sonreír y están inmersos en la tercera etapa del proyecto: la reintegración con sus familias extendidas.
El ébola sigue dejando un rastro de muerte y dolor que serán difíciles de superar en los países de África Occidental afectados en el último año y medio por la epidemia. Sierra Leona continúa acumulando nuevos infectados diarios y, si bien es cierto que van descendiendo, no se logra controlar los focos de contagio.
En total, en los tres países afectados por la epidemia, Sierra Leona, Liberia y Guinea Conakry, son ya más de 28.000 las personas afectadas por el virus y 11.200 las que han perdido la vida.
«Ha sido un camino largo y difícil, pero ver sonreír a los niños y niñas es algo que merece la pena», aseguran los misioneros salesianos de Sierra Leona, que hace una año decidieron quedarse en el país y adaptar una escuela, una vez decretada la suspensión de las clases por la epidemia, para atender la petición del Gobierno de acoger a menores que habían quedado huérfanos.
«Claro que teníamos miedo porque no sabíamos cómo actuar. Hubo que comprar camas, armarios, adaptar los baños para que cada menor tuviera su grifo y sólo lo tocar él, traer termómetros de Alemania porque en Sierra Leona no había… fue todo muy complicado al principio», recuerda el misionero salesiano Ubaldino Andrade.
Los Salesianos establecieron la seguridad como primer y fundamental requisito. Tenían que estar seguros de que todos los niños que llegaban al centro estaban libres de ébola. Ésa fue la primera fase del proyecto, el contacto con ellos, bien atendiendo a los menores que les enviaba el Gobierno, bien a los que ellos recogían o iban a buscar a distintas poblaciones y centros de atención. «Los tratamos como niños normales y los tocábamos y abrazábamos cuando nadie lo hacía para que ellos también se sintieran normales. Fue todo un proceso de normalidad dentro de la excepcionalidad», comenta el padre Ubaldino.
La segunda fase fue la propia atención en el centro para que superasen el trauma de la pérdida de sus padres y el estigma social de haber padecido y superado la enfermedad.
Ahora, quieren devolver a la sociedad lo que los misioneros salesianos han hecho por ellos y todos sueñan con ser médicos o profesores para poder ayudar a otros niños.
Desde hace unas semanas la tercera fase del proyecto está en marcha: la reintegración con sus familias extendidas (tíos, abuelos…), con la seguridad de que no sólo ellos los aceptan a los menores, sino que también las comunidades donde van a vivir participan de esa incorporación a la vida familiar y, lo más importante, que no abandonarán sus estudios aunque tengan que someterse a nuevas normas de convivencia y ayudar a sostener la economía familiar.
Fuente: Misiones Salesianas