(ANS – El Cairo) – De la visita Apostólica del Papa Francisco a Egipto, que tuvo lugar los días 28 al 29 de abril, en nombre del ecumenismo y del diálogo interreligioso; podemos destacar dos aspectos particulares, ambas declaraciones del Papa en su discurso ante la Conferencia Internacional para la Paz en la Universidad Islámica de al-Azhar, en el Cairo: el hecho de que un diálogo interreligioso auténtico requiera en primer lugar «el deber de identidad»; y el “papel de la educación”.
Por: P. Vittorio Pozzo, SDB
No se puede presentar la honestidad disfrazando la identidad. De hecho, debe quedar claro este discurso. Solo de esta manera se evita la ambigüedad. Pero preguntémonos, en primer lugar: ¿cuál es nuestra identidad? ¿Lo conocemos y nos identificamos con ella o es una pintura descolorida?
El diálogo requiere el reconocimiento de la “alteridad”: el otro es diferente a mí y me interpela con su diversidad. Si considero la alteridad en sentido negativo, la veo como una amenaza; si se tiene en cuenta como un aspecto positivo, lo veo como un valor.
La “sinceridad de la intención”, debe evidenciar en el diálogo, que no está sujeto a un movimiento táctico o a una ficción diplomática. La apertura debe ser incondicional, ya sea de la mente y del corazón. “Tenemos que escuchar al hermano con el oído de Dios, porque se nos permite hablar con la Palabra de Dios» (Dietrich Bonhoeffer).
Como salesianos fuimos interpelados por las palabras del Papa sobre la importancia de la educación de las nuevas generaciones, en particular, sobre la calidad y sobre el contenido, a fin de responder adecuadamente “a la naturaleza humana, estar abiertos y vivir en relación” suponen, por tanto, poner al centro de todo: la dignidad.
Conociendo el contenido de varios libros de textos en los países de Medio Oriente, y que se encuentran llenas de citas religiosas e interpretaciones rigurosas; la invitación que hace el Papa es de “ayudar a madurar generaciones, para transformar el aire contaminado de odio en el oxígeno de la fraternidad”.
El viaje es todavía muy largo, y requiere una profunda y genuina revolución cultural. A partir de los estímulos externos se puede ayudar a un cambio real, para que pueda fluir desde el interior. De esta manera surge el papel central de la educación para que se convierta en «la sabiduría de la vida» y de esta manera formar pacificadores y no solamente promotores de conflicto.
En este contexto, se inserta la presencia salesiana educativa en los países islámicos, que en muchos casos ha sido y es el modelo de «convivencia» entre culturas, religiones y nacionalidades. Las generaciones pasan y cambian, pero la misión continúa.